Tercera Frontera, la opinión de Pamela Cerdeira

Hace no mucho leí un blog con un título que decía algo parecido a: “Cómo sobrevivir siendo triatleta y tener un trabajo demandante.” Pensé, como muchas de las otras lectoras, que faltó agregar: “y ser mamá”.

 

La primera vez que sentí curiosidad sobre el triatlón, me asustó leer que iba requerir mucho más tiempo de entrenamiento del que ya le estaba dedicando a correr. Así que si no mal recuerdo, empecé a hacer triatlón cuando olvidé lo que había leído, y entonces me enamoré. Cuando empiezas a correr, te das cuenta de que se trata de algo mucho más grande que realizar un deporte, esretar a tu cuerpo y a tu mente, es darte cuenta de que todo es posible. Cuando haces triatlón, no sólo se trata sobre tu cuerpo y tu mente, es también sobre tus miedos y la forma en la que estás dispuesto a enfrentarlos. Cuando hice mi primer triatlón sentía tanto miedo que hice más consultas al baño que a mi coach antes de entrar al mar. Me revolcó una ola, ponché y me querían quitar el chip antes de empezar a correr (ya me había pasado del tiempo permitido). Crucé la meta llorando, no por el moretón de la revolcada, la llanta ponchada o porque fui la última de mi categoría, lloraba porque me di cuenta de que a pesar de todo, pude terminar.

En octubre del año pasado, mi esposo, víctima de la publicidad, decidió que era buena idea inscribirnos para hacer un 70.3 (Medio Ironman 1.9km de natación, 90km de bici y 21km corriendo). Y yo decidí, que no había que dejarlo solo. Basta decirles que odié haber sido una buena esposa el 60% del tiempo que dediqué al entrenamiento. Había días en los que me paraba afuera de la alberca, observando el agua y pensaba…

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Foto: Marcos Ferro